Capítulo 6

Lo primero, me disculpo sinceramente por la tardanza. Tenía escrita hasta la ceremonia de selección, pero tuve que reformatear el ordenador, por lo que se perdieron los archivos. Tonta de mí, no hice copias, así que los he tenido que reescribir. Sin más disculpas, les dejo el capítulo. Muchas gracias por esperar >_<

Capítulo 6

Allana abrió los ojos, tras una larga noche de sueño reparador. Se incorporó bajo las desordenadas sábanas y contempló la habitación. Estaba tenuemente iluminada por la luz del día, ya que las cortinas estaban cerradas. Echó un vistazo a la cama de su hermana, aún estaba dormida, al igual que sus dos gatos. Se preguntó que hora era, así que miró el despertador. Eran las ocho y pico, así que consideró oportuno despertar a Lía de una buena vez. Cogió la almohada, medio dormida, y se la tiró con una puntería asombrosa.

- ¡¡Ahhh!! ¡Bruta!
- Baaah, si sólo es una almohada, exagerada.
- Hay que ver qué dulce eres para despertar a alguien, tú.
- Deja ya de quejarte y vamos a levantarnos, anda.

Se levantaron a duras penas de la cama. Lo bueno, era que no hacía mucho calor a esas horas, por lo que se estaba a gusto. Sin embargo, al salir al pasillo, hacía más fresco, así que fueron rápidamente hasta la cocina. Cuando llegaron, la habitación estaba llena de luz, por sus grandes ventanales. Allana se asomó a la ventana, subiéndose a la encimera con su envidiable agilidad, para ver las flores del parrete que había bajo la misma. Estaban preciosas, cada una era de un color, amarillas, rojas, rosas, naranjas... Se bajó y fue con su hermana, a buscar el cacao. Tras revolver en algunos cajones, encontraron el dichoso bote. Así que cogieron sus tazas -la de Lía era verde con un león dibujado, mientras que la de Allana era azulada y con un delfín en ella. Eran iguales, pero distintas.- les pusieron unas cucharaditas del cacao, las llenaron de leche y las metieron al microondas. Cuando pasó alrededor de un minuto, sonó la campanita y cogieron sus tazas, las pusieron encima de la mesa y Allana se sentó mientras que Lía cogía unas pocas magdalenas. Charlaron alegremente mientras bebían y tomaban magdalenas con manzana. Al rato, cuando acabaron, limpiaron la cocina y subieron a su habitación, con un platito repleto de agua. Sus gatitos ya habían despertado y estaban en la puerta, jugando entre ellos, dando vueltas por ahí. Con cuidado de no pisarlos, fueron cuidadosamente hasta sus boles de comida, depositaron el platito en el suelo y pusieron un puñado del pienso especial de la tienda para que desayunasen. Los gatos pararon su juego y se acercaron, atraídos por mera curiosidad. El pequeño Gibbs se asomó al bol de comida y se metió dentro. Dream, por su parte, metía la patita en el agua y la sacaba rápidamente. Las hermanas rieron. Se quedaron un rato jugando con los gatos, que parecían felices a rabiar. Allana miró la pequeña libretita que tenía calendario incluido. Al día siguiente sería 1 de septiembre.

- Oye, Lía...-

- ¿Qué pasa?

- Mira el calendario. ¡Mañana ya nos vamos!

- Jope, es verdad... ¿Cómo crees que será?

- Ni idea. Tengo miedo, ¿y si no nos mandan a ninguna casa? ¿Y si el sombrero nos manda de vuelta?

- No creo... ¿A ti a cuál te gustaría ir? Si pudieras elegir, claro.

- Papá habla maravillas de Gryffindor... Dice que es la mejor casa, la de los valientes.

- Ya, es a la que fue de pequeño y guarda buenos recuerdos. Normal. Con los que no está tan contento es con los de Slytherin...-

- No me gustaría ser mandada allí, ¿sabes?- murmuró Allana, súbitamente preocupada. Estaba preocupada, no creía tener las aptitudes suficientes como para ser maga en un colegio como Hogwarts. No se consideraba valiente, ni astuta, ni inteligente. Y no hablemos de constante. Pero si había recibido la carta, algo debía tener.

- Ya, ni a mí, pero bueno. Habrá que esperar a mañana, a ver qué pasa.- dijo su hermana, inexpresiva, pero con una ligera nota de emoción en su voz.

Se quedaron en silencio, posando la vista en sus gatos que seguían jugando, totalmente ajenos a la conversación de sus preocupadas dueñas. Oyeron ruidos en la habitación continua y supusieron –correctamente- que sus padres se habían despertado. Así que dejaron a sus gatitos jugando y bajaron a la cocina. Su madre estaba allí, con una bata verde claro y el Sol refulgiendo en su pelo marrón. Bostezaba mientras se hacía el café.

- Hola mami.- dijeron las gemelas a la vez, yendo a abrazarla.

- Buenos días.- respondió con tono soñoliento.

Se sentaron a la mesa con ella solo para ver cómo desayunaba.

- ¿Qué, nerviosas?- preguntó mientras cogía del armario unos bizcochos.

- Pues un poco, sí.- dijo Allana, mientras su hermana asentía.

- Hoy tendremos que hacer las maletas, ¿verdad?- preguntó Lía con curiosidad.

- Sí, tengo que ayudaros a preparar los baúles. Así que esta tarde habrá que trabajar.-

- Claro, claro, jo, que nervios.- dijo Lía.

. . .

Tras la comida –consistente en un plato de curry- subieron a su habitación a pasar la tarde. Sus gatitos dormían profundamente sobre el cojín que tenían a modo de cama. Sacaron los baúles que habían metido con asombrosa dificultad en el armario la tarde anterior y los abrieron a duras penas ya que la tapa era de madera maciza y pesaba bastante. Allana se preguntó si realmente en un baúl así iba a caber todo lo que tendría que meter allí. Aunque con madia se podía conseguir casi todo.

Fin

Capitulo 5

Capítulo 5

Ya era de noche, estaban cansados y su madre dejó bien claro que no tenía ninguna gana de cocinar la cena. Estaban llegando por fin a casa, mientras el coche descendía las gemelas iban cogiendo bolsas y metiendo a sus gatos en sus gateras correspondientes. Aterrizaron suavemente sin que nadie los viera. Aparcaron el coche y salieron, todos cargados de bolsas. Su padre abrió la puerta con dificultad, aunque la abrió al cabo de un minuto o así. Entraron a toda prisa.

- Dejad esto en la habitación, anda.-

- Sí, mami.- respondieron las dos gemelas al unísono subiendo las escaleras.

Llegaron a su habitación, encendieron la luz, dejaron las bolsas en una esquina de la habitación y abrieron las gateras. Lía sacó a su gatito.

- ¿A que es adorable?- se admiró Lía.

- ¡Sí! Oye, ¿que nombre le vas a poner?- preguntó Allana.

- Pues… Buena pregunta. A ver que piense…- sacó la lengua, lo que indicaba su concentración- ¡Ya sé! Te voy a llamar Gibbs.- exclamó y acarició al gatito.

- Oh, bonito nombre.-

- ¿Y cómo le vas a poner a la tuya?-

- Pues la voy a llamar…- murmuró mientras sacaba a la gatita.- Dream. Es un nombre bonito, ¿no?

- Sí, señora. Jo, qué sueño. Espero que papá esté pidiendo la pizza ya.-

- Pues sí, mi barriguita está triste.

Las dos se rieron, dejaron a los gatos en la cama de Lía, donde se pusieron a olerse y a jugar. Bajaron al salón, a decirle a su padre que pidiera la pizza de jamón y queso. Un clásico. Mientras la pedía, las hermanas iban a poner la mesa. Allana ponía el mantel y Lía sacaba la vajilla. Aunque sabían que iba a tardar de veinte minutos a media hora, les gustaba tenerlo todo preparado. Subieron de nuevo a su habitación, dejando la puerta abierta para enterarse de cuándo estaría la cena. Los gatitos se estaban persiguiendo por las camas y jugando con las arrugas de las sábanas.

- ¿Y si sacamos el pienso?- propuso Allana.

- Vale, espera, voy a por un poquito de agua.- respondió Lía.- Tú saca los bols, porfi.

- Eso está hecho.- dijo Allana, guiñándole un ojo.

Bajó las escaleras y fue hasta la cocina. Abrió la nevera y buscó el agua por todas partes, aunque no se dio cuenta hasta pasados unos minutos de que estaba en frente suya. La cogió y subió a la habitación.

- ¿Sabes? Creo que es mejor que les demos ahora algo de agua y cuando venga la pizza ponerles el pienso. ¿Qué te parece?- dijo Allana.

- Sí, mejor. Voy a darme prisa, tienen que estar muertos de sed, los pobres.

Los gatitos bajaron de la cama y escrutaron el platito de agua. Se asomaron un par de veces y hasta llegaron a meter la patita dentro. Se pusieron a beber como locos. Lía y Allana se sentaron el la cama y contemplaron cómo los gatitos bebían. Pasaron el rato jugando a las cartas. Los gatos también subieron y se tumbaron por la almohada a dormir. No se dieron cuenta de lo rápido que pasó el rato. Se oyó el motor de una moto, sobresaltó a los gatos, les pusieron el pienso en el bol de comida y lo señalaron, para dejar bien claro que era eso lo que tenían que comer. Los gatitos se acercaron y empezaron a comer. Las hermanas se miraron con una sonrisa en la cara y bajaron a toda prisa. La pizza las estaba esperando en la mesa. Se sentaron juntas, su madre se puso a cortar la pizza y a depositarla en su correspondiente plato. Desprendía un aroma delicioso.

- ¡Quieta!- exclamó cuando vio que Lía iba a darle un mordisco a su porción de pizza.- Ahora quema, espérate.

- Sí, mamá…-

Le dio un mordisco en cuanto su madre se dio la vuelta. La verdad era que quemaba, mucho. Al rato, la pizza había desaparecido completamente. Las hermanas se levantaron y fueron a su habitación. Abrieron la puerta, nada más hacerlo, los gatos se tiraron a atacar sus piernas. Hacía cosquillas, a decir verdad. Cogieron a los gatos y se pusieron a jugar con ellos por toda la habitación. Al rato, se durmieron en la almohada de Allana. Las hermanas se sentaron en la cama de Lía y hablaron sobre Hogwarts.

- Estoy muy nerviosa. ¿Cómo será? ¿Y si no nos aceptan?- dijo Allana.

- No seas tonta, es imposible. Si nos han dado la carta es por algo, vamos, digo yo.- razonó Lía.

- Ya, pero… Bueno, mamá me dijo que había casas y que dependiendo de cómo seas te ponen en una o en otra. Me dijo los nombres pero no me acuerdo bien.-

- Vaya, con que hay selección…

- Yo sólo espero estar en la misma casa que tú, hermanita.-

- Y yo. Ahora lo que me pregunto es cómo serán los profes. A lo mejor son muy malos.

Siguieron hablando de Hogwarts y, antes de que se dieran cuenta ya era de noche completamente y debían dormirse. Lía sacó una cama para gatos y puso a los gatos ahí. Las hermanas se pusieron los pijamas y se metieron en sus respectivas camas.

- Buenas noches, Lía.

- Buenas noches, Allana.

Apagaron la luz. Lía se quedó unos momentos despierta, estaba nerviosísima por su inminente llegada a Hogwarts. Al final, el sueño pudo con ella y se durmió.

Capítulo 4

Allana estaba nerviosa, se adelantó mientras Lía volvía con sus padres. Le dirigió una sonrisa y Allana se la devolvió. Ollivander le dio una varita, ella la agitó y no pasó nada. Ollivander se la quitó y le dio otra, esta vez le dijo de qué tipo era.

- Rígida, veintiséis centímetros, pelo de unicornio.- dijo Ollivander. Allana la agitó y no pasó nada.- Casi.- Allana no comprendía cómo captaba la diferencia, ya que Allana veía todas las varitas iguales.- Espera, creo que tengo una varita perfecta para ti. Ten.- dijo mientras sacaba otra varita.

Allana la cogió, tenía un tacto agradable, sintió un calor en la punta de los dedos que fue extendiéndose por cada milímetro de su cuerpo y llenándola de una sensación de felicidad, como la que sientes cuando te reencuentras con un viejo amigo. Salieron chispitas de la varita, de vivos colores.

- ¡Bingo! Ésta es tu nueva varita, cuídala bien, ¿eh? Veintiocho centímetros, flexible y bonita, pelo de unicornio, encina. Especialista en defensa.

- Guau…

Allana volvió con su hermana con la varita en la mano, brillante y esbelta. Las hermanas se pusieron a mirar la varita de la otra, intercambiándoselas una y otra vez mientras sus padres las pagaban. Se guardaron la varitas y salieron de la tienda de Ollivander. A las hermanas les crujían las tripas, así que decidieron ir la taberna por la que se accedía al callejón, más tarde irían a explorar ampliamente, pero mientras, iban a llenar sus estómagos. Llegaron a la taberna, que en ese momento estaba llena de gente que estaba comiendo. Se sentaron en una mesita, con cinco asientos, en el que sobraba pusieron las bolsas de las tiendas. Sentaba realmente bien sentarse, a decir verdad. Enseguida vino el camarero y les tomó el pedido. Pidieron cuatro filetes, medio hechos, dos normales y dos pequeños. El camarero tomó nota y se marchó a la cocina. Mientras que llegaban, se pusieron a charlar, a hablar de sus varitas y de Hogwarts. Al fin, llegó la comida, tras unos largos minutos aspirando el aroma de un filete asándose. Llegaron en un platito blanco y no muy grande, echando un ligero vapor indicando lo caliente que estaban y con sus correspondientes patatas al ladito. Blandieron los tenedores y devoraron los filetes.

- ¡Ah! ¡Quema!- exclamó Allana, sacando la lengua, roja hasta los topes.

- ¡Pero ten cuidado!- dijo Lía, soplando sin cesar a su trocito de carne.

- Que sí, que sí.- respondió mientras escrutaba una patata frita. Finalmente, le dio un mordisquito.

Esperaron un poco a que se enfriara, no demasiado y empezaron a comer. Todo estaba delicioso, sobretodo con el hambre que tenían. Habían estado recorriendo todo el callejón Diagón, con lo cual, estaban agotadas. Terminaron de comer, sus padres las dejaron ir a jugar fuera. No había mucha gente, pero tenían que volver en diez minutos, o si no, se llevarían una buena reprimenda. Decidieron jugar al escondite.

Mientras Allana contaba, Lía salió corriendo para esconderse por ahí. Llegó a un pequeño callejón y se ocultó tras la pared. Pasaron unos minutos y no oía a su hermana, pero en cambio, oyó unos maulliditos. Buscó con la mirada en origen del ruido, vio un gatito pequeño, intentando salir de una caja a pocos metros de donde se encontraba. Se acercó a toda prisa, a ver el gatito. Era una monada: tenía los ojos azul claro, el pelo un poco largo y muy, muy suave. Era entre blanco y marrón, excepto sus patitas, que eran negras. Miró a Lía, no le podía dejar ahí solo… Se lo tenía que llevar, pero, ¿qué dirían sus padres? Como no había tiempo para remordimientos, cogió al gatito, que maullaba sin cesar. Se calló cuando Lía lo cogió, en lugar de eso, ronroneó.

- Oh, eres adorable… ¿Cómo te voy a dejar aquí? Tú te vienes conmigo.- le dijo en voz baja al gatito.

Se lo acomodó y salió del callejón, vuelta al restaurante. De todas maneras, Allana sabía que se encontrarían allí, así que no había de que preocuparse. Cuando llegó, sus padres ya estaban saliendo del bar y la vieron con el gatito.

- ¡Qué monada!– exclamó su madre.- ¿Dónde lo has encontrado?

- En la calle, estaba solito… Le habían abandonado.- respondió Lía.

- Oh, pobre.-

- ¿Me lo puedo quedar? Porfiiiiiiiiiiiiiii…- dijo Lía, poniendo cara de cachorrito.

- Ay… No sé, mira, ¡pregúntale a tu padre!- exclamó indecisa. Ambas miraron a su padre, esperando una respuesta.

- Un gato es mucha responsabilidad y será mucho trabajo.- contestó.

- Venga, lo cuidaré y lo mimaré, anda, papi…- dijo Lía.

- Tienes que reconocer que es una monada, cariño.- razonó su mujer.

Cogieron al gatito y le pusieron las dos cara de cachorrito y el gato puso una cara de “No me irás a dejar por ahí sólo, ¿verdad?” Ante tanta “presión” acabó por ceder.

- Bueno, vale, pero lo tienes que cuidar.-

- ¡Gracias, papi!- le dio un beso en la mejilla y le acercó el gato, que se puso a acariciarle con la cara.

- Oye, ¿y tu hermana?-

- Oh, pues vendrá enseguida, seguro.

Y así fue, al minuto estaba ya llegando.

- Pero avisa cuando te vas a ir, qué mala dejando a tu hermana sola y…- vio el gatito que Lía tenía entre los brazos. Se le pasó todo el enfado de una vez.- ¡¡Qué mono!! ¡Yo quiero también un gato! No, una gata, no, un gato…

- Sabía que pasaría esto…- dijo su padre, exasperado.

Fueron a la tienda de animales, compraron pienso y una caja de arena.

Mientras Lía compraba las cosas para los gatos con papá, Allana estaba intentando decidirse entre todos los pequeños gatitos de escaparate con su madre.

- ¿Y qué tal este?- propuso su madre.

- No, no para de bufar…-

- Ay, decide ya.-

- Ese.- dijo señalando a una gatita de pelo gris con rayas.

- ¿Segura?

- Completamente.

- Bueno, vale, cógela anda.

La cogió con cuidado, era una bolita de pelo con ojos. Fueron hasta el mostrador, la gata ya era suya oficialmente. Estaba atardeciendo, ya era hora de marcharse, aunque nadie se esperaba irse con dos pasajeros más a bordo. Salieron de nuevo por la taberna, cargados hasta los topes de bolsas, mientras las hermanas llevaban las cosas de los gatos. Atravesaron el arco de piedra y se subieron al coche. Por fin, de vuelta a casa.

Capitulo 3

Lía estaba maravillada, había cientos de brillantes escaparates y la gente más extravagante que pudieses imaginar. Algunos iban con escobas, otros con sapos en el hombro, otros con el pelo rosa chillón… Más le valía a Lía no separarse de sus padres, ni de Allana. Su madre se sacó del bolsillo la hoja con el material y la leyó de nuevo, echó una rápida ojeada al callejón y le dijo a su padre, lo que Lía pareció entender: “Mejor que vayamos primero a Flourish y Blotts, ¿no?” Su padre asintió y empezaron a andar por el callejón hacia la mencionada calle. Lía y Allana miraban todos los escaparates que podían; en uno había libros que levitaban, en otro unas siniestras lechuzas que lo miraban todo con atención y en otro unas brillantes escobas voladoras. Llegaron a lo que parecía una librería en la que había un gran cartel que anunciaba “FLOURISH Y BLOTTS” entraron, haciendo sonar una campanita, la tienda también tenía bastante gente, pero muchísima menos que en el callejón. Lía estaba completamente maravillada, había montañas de libros que llegaban hasta el techo, polvorientos volúmenes entre los que se paseaba la gente curiosa, todas las paredes repletas de ellos. Sus padres se acercaron al mostrador, donde había un sonriente hombre, dispuesto a atenderles. Su padre comenzó a pedir sus libros, Lía siguió mirando los títulos, algunos decían cosas como: “Cómo hechizar a un mago”, “Cómo hacer germinar un lazo del diablo sin morir”, “Cómo hacerte animago en 3 meses sin esfuerzo” o “Antiguas Leyendas Mágicas” Cuando Lía se volvió a girar hacia el mostrador, se sorprendió, porque, de pronto había una montaña de libros en frente suya. Multiplicada por dos. Entre su padre, su madre y el tendero empezaron a meter los libros en bolsas. Se preguntaba cómo iban a cargar con todo eso. Sus padres cogieron las bolsas de papel cómo si no pesasen nada, pagaron al tendero y salieron de la tienda. Seguían con las bolsas como si fuesen simples bolsas de supermercado. Siguieron andando por el callejón, iban a ir a la tienda de pociones. Después de unos minutos más andando, llegaron a una gran tienda llamada “El emporio”

- Mami, ¿es aquí?

- Sí, Allana. Aquí os vamos a comprar los calderos.- respondió su madre

- ¡Entremos ya!- dijo Lía entusiasmada.

Entraron a la tienda, llena de tarros, calderos y cosas humeantes. No estaba muy iluminada, se acercaron a el mostrador a por los calderos y los utensilios. Lía y Allana estaban muy juntas, aquella tienda era siniestra. Cuando salieron, les era agradable volver a ver el sol de la mañana, ya era casi mediodía así que fueron a la, según sus padres, la mejor heladería del mundo mágico. Se sentaron en una pequeña terracita, una mesa con sombrilla y Lía miró la carta, al igual que Allana. Había de todos los sabores conocidos y más: Doble de caramelo y nata, Sorbete de valeriana con virutas de limón, Helado de anís con menta… Lía pidió el helado doble de caramelo y Allana pidió un helado de turrón con chocolate blanco, sus padres pidieron una limonada. Lía cogió la pequeña cuchara de plata que había en su copa de helado. Cogió un poquito y lo probó. Era, sin lugar a dudas el helado más delicioso que había probado, se deshacía en la boca, impregnando hasta la última papila gustativa, dejando la boca impregnada de aquel delicioso helado. Miró a su hermana, que estaba degustando su helado de turrón. Se miraron y empezaron a comer su helado con avidez. Cada cucharada impregnaba sus lenguas con un delicioso sabor. Terminaron todos de comer, pagaron y se levantaron, no sin antes coger las bolsas, para seguir su paseo por el callejón Diagón.

- Creo que ahora deberíamos ir a Madame Malkin, para vuestros uniformes.- dijo su madre

- ¿Es una tienda de ropa, mami?- preguntó Allana

- Sí Allana. Vayamos por aquí.

Siguieron andando durante un tiempo, hasta que por fin llegaron a Madame Malkin. No había mucha gente dentro, salvo un par de clientes y una anciana, que, como supuso Lía, era Madame Malkin. Les entregó unas túnicas negras a los clientes y se marcharon, se acercó a la familia.

- Bien, túnicas para estas dos jovencitas, ¿cierto?- preguntó escrutándolas a través de sus gafas.

- Exacto- respondió su padre, sonriente

- Bien, creo que me quedan unas túnicas por ahí atrás… ¿Quieren también las capas reglamentarias?

- Si, por favor.

Madame Malkin volvió con un montón de tela negra y les tomó la medida con una cinta métrica que se movía sola, se colaba por todos lados, midiendo y midiendo. Al fin, se pusieron unas túnicas que les iban como anillo al dedo, luego se probaron unas capas más abrigadas con unos brillantes botones. Al fin salieron de la tienda, con las túnicas puestas, su próximo destino era el que Lía y Allana más esperaban: La tienda de varitas. Anduvieron un buen trecho hasta llegar, la tienda no tenía en el escaparate más que una varita sobre un desteñido cojín morado y un cartel que rezaba “Ollivander, haciendo varitas desde el 382 a.C.”. Entraron haciendo sonar una campanilla. Era un lugar pequeño y vacío, con una silla alargada. Había cajas apiladas cuidadosamente hasta el techo, todo estaba en silencio y el polvo flotaba en el aire.

- Buenos días.- dijo súbitamente una amable voz, Lía se giró y vio a un hombre anciano en la tienda, tenía ojos grises, al igual que su cabello

- Oh, buenos días.- saludó su madre

- Veo que estas dos pequeñas necesitan una varita, ¿no?- dijo, sonriendo a las gemelas

- Sí.- respondieron las dos al unísono.

- Bien, aún recuerdo cuando viniste tú a por tu varita, Elizabeth. Roble, veintisiete centímetros, pelo de unicornio, flexible. Perfecta para encantamientos.- su madre sonrió.- En cambio, tú, Michael, escogiste una de haya, treinta y tres centímetros, elástica, pluma de fénix. Una buena varita, sin duda.- su padre también sonrió- Ahora vosotras dos, empezaré por ti, señorita.- dijo clavando sus grises ojos en Lía.

Fue hacía un escritorio, al fondo de la tienda y comenzó a sacar cajas. Sus padres le indicaron que se acercaran a el escritorio.

- Prueba ésta.- le dijo a Lía tendiéndole una varita.- veintiún centímetros, caoba, rígida.- Lía la cogió- Venga, blándela.- Lía agitó la varita, sintiéndose increíblemente estúpida, Ollivander se la quitó de las manos y le dio otra.- Roble, treinta centímetros, pelo de unicornio.- también se la quitó y le entregó otra, cuando se la entregó, Lía sintió un calorcillo en los dedos- Sauce, treinta y un centímetros, bonita y flexible, fibras de corazón de dragón.- Lía la agitó e hizo salir de ella unas chispas doradas, sus padres y su hermana comenzaron a aplaudir y Ollivander sonrió.- Hemos encontrado tu varita, señorita. Ahora tú.- dijo mirando a Allana.

Capitulo 2! (tendreis que esperar un poquito mas para el 3)

Capítulo 2

El señor y la señora William paseaban tranquilamente por Cottam Road, cuando, al pasar por la casa de los Jones, que tenían las ventanas abiertas (más o menos como el resto del vecindario) se oyeron unos gritos de júbilo a plena potencia. Los señores William dieron un salto hacia la izquierda, del susto. Miraron a la casa con los ojos como platos. Vieron a las gemelas cogidas de las manos y dando saltitos y a sus padres abrazándose y dando saltitos también. Los William estaban petrificados con cara de bobos mirando la escena. Se miraron y reanudaron su camino, andando con una rapidez asombrosa.

La familia se tranquilizó y se volvió a sentar, cada uno con su respectiva sonrisa.

- ¡Vamos, mirad el material!- dijo su padre, claramente emocionado.

Las gemelas cogieron los sobres a la vez y las pusieron bocabajo, cayeron unas hojas de pergamino dobladas. Las hermanas las cogieron con avidez y comenzaron a leer.

COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA

UNIFORME

Los alumnos de primer año necesitarán:

- Tres túnicas sencillas de trabajo (negras)

- Un sombrero puntiagudo (negro) para uso diario.

- Un par de guantes protectores (piel de dragón o semejante)

- Una capa de invierno (negra, con broches plateados)

(Todas las prendas de los alumnos deben llevar etiquetas con su nombre.)

LIBROS

Todos los alumnos deben tener un ejemplar de los siguientes libros:

- El libro reglamentario de hechizos (clase 1), Miranda Goshawk.

- Una historia de la magia, Bathilda Bagshot

- Teoría mágica, Adalbert Waffing

- Guía de transformaciones para principiantes, Emeric Switch

- Mil hierbas y hongos mágicos, Phyllida Spore.

- Filtros y pociones mágicas, Arsenius Jigger

- Animales fantásticos y dónde encontrarlos, Newt Scamander

- Las Fuerzas Oscuras. Una guía para la autoprotección, Quentin Trimble

RESTO DEL EQUIPO

1 varita

1 caldero (peltre, medida 2)

1 juego de redomas de vidrio o cristal

1 telescopio

1 balanza de latón

Los alumnos también pueden traer una lechuza, un gato o un sapo

SE RECUERDA A LOS PADRES QUE LOS DE PRIMER AÑO NO SE LES PERMITE TENER ESCOBAS PROPIAS

Lía y Allana estaban desconcertadas, no habían oído nunca que hubiese una tienda de varitas cerca de su casa.

- ¿Dónde vamos a comprar todo esto?- preguntó Lía

- ¡Eso digo yo! No creo que esto se compre por aquí…- corroboró Allana

- No, claro que no, éstas cosas no se compran aquí, se compran en Londres.- dijo su madre, risueña.- Debemos ir a comprar las cosas, pero hoy no, mejor que vayamos mañana temprano.- miró el reloj y dijo- Bueno, ya es hora de que vayamos todos a dormir, mañana hay que madrugar-

Lía y Allana recogieron sus platos y se fueron a su habitación. Una vez allí se pusieron sus pijamas de verano y se metieron en sus respectivas camas. Tenían las lámparas de mesa encendidas y las cortinas abiertas. Lía se giró en su cama para mirar a Allana

- Deberíamos apagar la luz, ¿no, hermanita?- dijo Lía

- Pues sí, pero no me voy a poder dormir…- respondió Allana

- Ni yo.

Lía apagó la luz y se tapó con la fina mantita que tenía. En la cama de al lado Allana hacía lo mismo. Lía suspiró y se durmió poco a poco.

· · · · · · · · · ·

A la mañana siguiente, Lía y Allana se vistieron con sencillos conjuntos. Lía iba vestida con un vestido verde pistacho claro y Allana, con el mismo vestido sólo que ésta era blanco. Bajaron por las escaleras, sus padres estaban en la puerta, cogiendo sus llaves y preparándose. Aún tenían que desayunar, así que fueron todos hasta la cocina, donde tomaron un buen desayuno: Tostadas, manzanas, zumo de naranja, galletas y leche. Cuando desayunaron, salieron de la casa por el camino de gravilla, el cielo estaba de un azul brillante, con alguna nubecilla blanca como la nieve flotando en él. Siguieron andando hasta su coche, era gris plateado, se subieron en él, como siempre. Su padre arrancó el coche y éste se comenzó a mover. Al principio todo parecía normal, su madre miraba a izquierda y derecha, no había nadie en la calle, ya que era temprano aún.

- Ya puedes arrancar, no hay nadie.- dijo su madre

- De acuerdo

Su padre accionó un botón, que las hermanas sabían que estaba, pero por más que preguntaban, sus padres no les decían para que servía, así que se quedaron con la intriga. Su padre presionó el botón y el coche ¡parecía volverse invisible con ellas dentro! Y encima, parecía elevarse poco a poco del asfalto. Las hermanas se debatían entre el susto y la fascinación, cada vez se elevaban más y más, las hermanas estaban muy juntas y alejadas de las ventanillas, Lía se fue acercando poco a poco y se asomó, bajo la atenta mirada de Allana, a la ventana. Las casas de Cottam Road se veían muy pequeñas, parecían una casa de muñecas, y los propietarios que salían a pasear con su mascota, parecían pequeños puntitos. Se mantuvieron a esa altura durante el resto del trayecto, Lía y Allana adoraban los trayectos en los que sobrevolaban unas nubes blancas y efímeras. Nunca habían visto así las nubes, así que jugaron un rato a adivinar su forma, se recostaron en un lado del coche, se pusieron cómodas y contemplaron las nubes perezosamente.

- Esa parece… Un dragón- dijo Lía- Es muy grande, ¿a que sí?

- Sí, y esa de ahí parece… Hmmm… ¡Un ovni!- dijo Allana, señalando una nube con forma ovalada

- Es verdad.- dijo Lía, y dio un bostezo. Allana dio otro gran bostezo

- ¡Me lo has pegado!- dijo riéndose

- Uy.- respondió su hermana

Ver las nubes blancas como copos de nieve era muy relajante y empezaba a adormecer a las mellizas. Se les cerraban los ojos, aunque se intentaban mantener despiertas. Aún quedaba tanto para llegar… Les daría tiempo a echarse un sueñecito.

El coche seguía sobrevolando las ciudades, no iba a demasiada velocidad, el Sol se empezaba a filtrar por las ventanillas, Sobrevolaban nubes y claros. Dentro del coche, dos mellizas dormían tranquilamente en el asiento trasero, era amplio de sobra y el sol les daba en la cara. Lía se empezó a despertar, estirándose, su hermana, Allana comenzó a abrir los ojos y se frotó los ojos.

- ¿Queda mucho, papi?- preguntó Lía

- Sí, estoy cansada, quiero llegar ya-

- No queda mucho, llegaremos enseguida y ¡a comprar!

Pasaron unos veinte minutos más, el coche comenzó a descender, seguían invisibles, ya que había demasiado tránsito para dejarse ver. Aterrizaron en una calle desierta. Salieron por fin del coche y emprendieron el camino. Sus padres las guiaron hasta una taberna, se llamaba “El caldero Chorreante”, por lo que ponía en el mugriento cartel, entraron, allí había muchísima actividad allí. La gente charlaba alegremente y se respiraba buen ambiente. El camarero parecía no dar abasto repartiendo vasos, atravesaron la taberna hasta llegar a un pequeño patio. Sólo había un muro de piedra y unos cubos de basura. Las mellizas estaban completamente desconcertadas. Su madre sacó una fina vara de madera de su bolsillo y le dio unos golpecitos con ella a unos ladrillos del muro, al principio no pasó nada, pero luego, esos ladrillos se echaron súbitamente hacia atrás, seguidos de más ladrillos hasta que se formó un precioso arco de piedra que daba a una abarrotada calle.

Capítulo 1 (por fin) :)

Capítulo 1

Suenan los despertadores, Lía y su hermana Allana, que son idénticas, salvo en los ojos y el cabello, se despiertan. Las hermanas se revolvieron bajo las sábanas y apagaron ambos despertadores al unísono, con un idéntico movimiento. Se sentaron en la cama y se miraron sonriendo, bajo una maraña de pelos.

- - ¡ Hola, hermanita! – dijo la de la cama de la izquierda. Tenía el pelo medio dorado, medio rubio. Y unos ojos color miel.

- ¿ Qué hay?- respondió la de la cama de la derecha. Ésta tenía el pelo negro y los ojos color zafiro, una mezcla entre el azul y el violeta.

Se levantaron, ambas iban con los pies descalzos y llevaban unos pijamas de verano, ya que estaban en agosto. Lía se acercó al pequeño espejo que tenían en la estantería, junto con otras muchas cosas. Se miró el pelo revuelto en cien direcciones, y empezó a ordenarse su pelo moreno claro. Cuando fue de su agrado, se volvió hacia su hermana, Allana.

Yo de ti, me ordenaría esa maraña que tienes ahora mismo por pelo.- Le dijo con una risita.

- ¡ Tienes razón!

Así que Allana, se dirigió el espejo y se recolocó los mechones de su negro cabello. Cuando las hermanas estaban relativamente presentables, bajaron por las escaleras, aún descalzas, hasta el primer piso. Se encaminaron a la cocina, que era más o menos amplia. Con una sencilla mesa de madera, con cuatro sillas. Había también unas cuántas ventanas, por las que entraba la brillante luz matinal. Debía de ser temprano. Sus padres no tardarían en levantarse, pero mientras tanto, las gemelas se iban a hacer su desayuno. Cuando se tomaron una taza de leche con cacao y un par de tostadas, volvieron a su habitación. Lía descorrió las cortinas, que eran blancas con algunas mariposas bordadas

- ¿ Y si nos ponemos la ropa y bajamos al jardín?- propuso Lía

- ¡ De acuerdo hermanita!- dijo Allana

Se pusieron ropa sencilla, ya que no querían mancharse en el jardín sus prendas favoritas. Bajaron de nuevo las escaleras y salieron por la puerta trasera de la cocina hasta su pequeño jardín. El césped esmeralda parecía brillar bajo un radiante sol veraniego. Había una agradable brisa que les alborotaba el recién peinado pelo a las gemelas. Se sentaron bajo su árbol favorito, un manzano con unas frutas escarlata radiantes, se estaba bastante bien allí. Aunque Lía opinaba que, el jardín necesitaba una pequeña fuente. Lía adoraba el agua, aunque su hermana, parecía preferir el viento, brisa que alborota el cabello, viento que empujaba a los pájaros a volar… Aunque también le gustaba la idea de tener una pequeña fuente en su lugar preferido de su casa. Lía y Allana se entendían tan bien, que a veces ni necesitaban hablar. Se recostaron en el césped y buscaron formas a las nubes. Se les ocurrían cosas bastante ingeniosas para su edad, tenían apenas once años.

- ¡ Mira, Lía!- exclamó Allana- ¡Esa parece un gato blanco!- dijo señalando una nube que flotaba sobre ellas, parecía tener rabo y orejas.-

Lía, junto a su hermana, escaló hasta la copa más alta que podían escalar, para ver mejor la nube con forma de gato. La brisa se coló entre las ramas del manzano, para revolver los cabellos castaño y negro. Las gemelas bajaron del manzano, no sin antes coger un par de manzanas, y volvieron a casa. Ya era hora de comer, colocaron el mantel y los platos. Las gemelas se sentaron, listas para comer, aunque antes se lavaron las manos, su madre sacó una bandeja del horno. Tenían lasaña para comer. Las hermanas atacaron la lasaña, hasta que dejaron sus platos relucientes, excepto la salsa. La comida fue seguida por unas deliciosas y limpias manzanas de colores. Desde el amarillo, pasando por el verde pistacho, hasta el rojo brillante. Lía escogió una manzana, era ácida y verde. Allana escogió otra manzana verde, como la de Lía. Más tarde, subieron a su habitación a cambiarse, iban a pasar la tarde en el parque. Allana estaba de buen humor, cogió su cepillo de pelo a modo de micrófono y empezó a cantar. Allana tenía una bonita voz para cantar. Lía se puso una camiseta de manga corta y unos pantalones cortos. Allana aún cantaba y Lía la miró, soltó la percha en la que había puesto su pantalón de estar por casa y se tapó la boca con ambas manos. Allana flotaba unos diez centímetros por encima de la moqueta.

- ¡ -¡Allana!

Q -¿Qué está pasando?- exclamó cuando abrió los ojos y vio que flotaba en el aire.

- ¡Baja de ahí!

- ¡No sé cómo!

Aunque no hizo falta hacer nada. Allana empezó a descender suavemente y tocó el suelo sin hacer ni el más mínimo ruido. Las hermanas se miraron con ojos como platos. Se entendían tanto que no tuvieron que hablar, simplemente se siguieron vistiendo. Ya hablarían de lo sucedido más tarde. Bajaron al primer piso y salieron por la puerta principal y comenzaron a andar por la acera gris hasta el parque. El parque era bastante bonito. Tenía diversos árboles, bancos para sentarse, columpios, un pequeño estanque… Aunque en ese momento estaba vacío. Lía se subió a un sauce bajo, al lado de los columpios. Allana se fue a los columpios a balancearse. Después de un rato, la rama en la que se apoyaba Lía tranquilamente, se quebró, Lía cayó pero, paró a apenas tres centímetros del suelo de gravilla y tierra. Allana dio un grito, ya que ella se había quedado pegada al columpio, y el columpio parecía estar fijado al aire, se había paralizado en pleno balanceo. Las hermanas se miraron asustadas. Lía cayó al suelo y el columpio de Allana se balanceó de nuevo.

- - ¡Ay!- exclamó Lía

- ¿Estás bien?- preguntó su hermana, que se bajó del columpio.

- Sí, gracias.

- Será mejor que volvamos a casa…

- Sí, será mejor.

Emprendieron el camino hacia su casa, completamente perplejas por lo ocurrido. Era casi de noche cuando llegaron a su casa. La cena estaba lista, y las hermanas tenían un hambre feroz. Cuando acabaron el primer plato –pollo asado y patatas fritas- a una rapidez asombrosa, llegó el postre, era el favorito de Lía: una deliciosa tarta de queso cubierta de mermelada de fresa. Lía y Allana empezaron a saborear la tarta, que estaba riquísima. De pronto, un frasco lleno de purpurina dorada, que habían comprado para manualidades, empezó a agitarse. La tapa salió disparada y casi le da a Allana. El bote flotó en el aire y se dirigió a la mesa en la que estaban perplejos, mirando la purpurina volar por la cocina. La purpurina cayó en su gran mayoría sobre Lía y también puso perdida a Allana. Mientras una lluvia de purpurina caía sobre ellas, las hermanas se miraron. Ése era, sin duda alguna, el día más extraño que habían tenido jamás. La lluvia de purpurina cesó y la perplejidad dominó la escena. Reinaba el silencio. Por las ventanas entraba una brisa cálida de verano, se oyó un estrépito y de pronto, dos lechuzas, una marrón moteada y la otra blanca y negra, entraron por la ventana portando dos enormes sobres escarlata. Las lechuzas depositaron los sobres en mitad de la mesa. Cada lechuza bebió un poco de agua de los vasos de las gemelas y volvieron a emprender el vuelo hasta que se perdieron en la oscuridad de la noche. Las hermanas cogieron cada una carta, miraron a sus padres, que les indicaron con un gesto que abriesen los sobres, las gemelas se miraron y rompieron el sello color rojo intenso que cerraba la carta. Lía y Allana leyeron sus cartas:

COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA

Director: Albus Dumbledore (Orden de Merlín, Primera clase, Gran Hechicero, Jefe de Magos, Jefe Supremo, Confederación internacional de Magos).

Querida señorita Jones:

Tenemos el placer de informarle de que dispone de una plaza en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Por favor, observe la lista del equipo y los libros necesarios.

Las clases comenzarán el día 1 de septiembre. Esperamos su lechuza hasta el 31 de julio.

Muy cordialmente,

Minerva McGonagall

Directora adjunta